Vivimos tratando de llenar el vacío, el vacío interior, quiero decir.
Cuando llegamos al mundo llenos de órganos y fluidos, con los años nos atiborramos de ideas y recuerdos, pero llegamos a la madures y descubrimos que estamos vacíos y nos empeñamos entonces en llenarnos sin importar el sobrepeso, sin embargo no lo logramos.
Yo por lo menos no me saturo ni con comida ni con sexo, que deberían dejarme harta. Hay épocas de mi vida en que como cuatro veces al día y cada comida la complemento con un postre, pero me acuesto y el hambre no me deja dormir. Es tanto el desespero que trato de llenar mis vacíos con Dios, ¿pero cómo hace uno para complacer a Dios en la iglesia y a una novia torcida en la cama, sin terminar derrotada por el sentimiento de culpa? He poblado mi vida de amigos, de fotos, de pasatiempos, de ropa, de aparatos eléctricos Tengo repleta la agenda del celular, pero nada calma mi vacío interior.
Porque el problema es que estamos solos. No importa cuántos amigos tengamos, ni cuánto dinero, ni cuántos hijos, al final del día nos ponemos la pijama y estamos irremediablemente solos, descubrimos tal condición y no hay amor de la vida capaz de sacarnos la tristeza, ni existe alguna pizza extra grande que llene ese agujero.
Yo llegué tranquila al mundo y ahora tengo una ansiedad que no me la quita ni un litro de helado de arequipe con caramelo.
¿A qué ente superior le cobro el seguro? ¿Cómo se llama la aseguradora de Dios? ¿Cómo no enloquecer cuando se convive con un cuerpo que todo lo que consume lo transforma en mierda, grasa y traumas psicológicos?
